Doscientos años, tres preocupaciones

Por Olga Pellicer

Este análisis se publicó el 7 de agosto de 2022 en la edición 2392 de la revista Proceso

Son muchas las aproximaciones que se pueden elegir para hablar sobre  doscientos años de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y México. Las que me vienen a la mente son tres circunstancias que, sobre todo en épocas recientes, entorpecen la posibilidad de superar los elementos de conflicto que están presentes en dichas relaciones.

Estas se refieren a la debilidad institucional con la que se conducen las relaciones; las  luchas políticas internas en Estados Unidos que paralizan los intentos de manejar de manera más racional y eficiente algunos de los problemas más sobresalientes, como es el de la migración; finalmente, la tendencia en la opinión  pública mexicana a reaccionar con sentimientos de nacionalismo defensivo a todo intento de intervenir en cuestiones consideradas de soberanía nacional.

Contrariamente a lo que se esperaría de una relación tan intensa como la que vincula en numerosos frentes a México y Estados Unidos no existen instancias binacionales, sólidamente establecidas, para manejar los conflictos que surgen entre los dos países.

Cierto que existe el Tratado México- Estados Unidos Canadá (T-MEC), sustituto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, (TLCAN), pero sus alcances son claramente limitados a cuestiones comerciales específicas. De ninguna manera es suficiente para manejar una relación que combina problemas muy diversos de tipo laboral, de seguridad, de recursos fronterizos compartidos, de tráfico de armas, de drogas, y de personas.

Durante algunos años posteriores a la firma del TLCAN, tuvo lugar una importante coordinación gubernamental cuya mejor expresión fue la Comisión Binacional, en cuyos encuentros participaban la casi totalidad de miembros de los gabinetes de México y Estados Unidos.

Tales encuentros, con sus consiguientes procesos de preparación de la agenda, grupos de seguimiento, diálogo con empresarios y con grupos académicos permitió a ciertos  comentaristas  referirse a un verdadero parteaguas. Quedaba atrás la época de suspicacias y resentimientos provenientes de las experiencias históricas del siglo XIX  y los años de la revolución mexicana. La nueva época era la del entendimiento.

Desafortunadamente, ese momento no duró mucho tiempo. Como titulamos Hazel Blackmore y la que suscribe un artículo publicado en 2013,  México había pasado “De socios entusiastas  a vecinos incómodos.”  En efecto, en los años siguientes, la relación se ha conducido de manera muy casuística, zigzagueante, pasando por periodos de tensión y relajamiento, reclamos y amistad, miradas cautelosas y búsqueda decidida de mayor integración. La posibilidad de una “relación especial” con tratamientos preferenciales y alianza política entre México y Estados Unidos nunca ha existido, ni existirá.

Por otra parte, las relaciones México -Estados Unidos están dominadas por  el grado en que entran  en juego los intereses de los partidos políticos estadunidense, actuando en el seno de una sociedad crecientemente polarizada. La migración es un buen ejemplo para confirmar lo poco que se avanza cuando lo que importa no es manejar los múltiples aspectos del fenómeno de la migración, sino  evitar que avancen los votos a favor del partido demócrata o el republicano.

La llegada de Biden al poder permitió albergar esperanzas de un cambio en la política migratoria. En efecto tuvo lugar un cambio en la narrativa y algunos de los aspectos más condenables de la política de Trump, como la separación de niños de sus padres. Sin embargo, ha sido difícil ir mas allá de una retórica muy general sobre “combatir de raíz los problemas de la migración”. Nadie sabe exactamente a qué se refieren  con ello. El tema migratorio esta empantanado en las aguas movedizas de las disputas electorales. La situación de violencia y pobreza que alienta la migración desde los países centroamericanos en muy poco ha cambiado mientras se habla de combatir “la raíz de la migración”.

Ahora bien, los obstáculos para superar conflictos no se encuentran solamente del lado estadunidense. En México, la relación con Estados Unidos se encamina fácilmente hacia la confrontación cuando va de por medio la percepción de que se atenta contra la soberanía nacional. El momento que se está viviendo con motivo de las desavenencias sobre el cumplimiento de disposiciones del T-MEC  en materia de energía es un buen botón de muestra.

Ante las revisiones solicitadas por Estados Unidos y Canadá por posibles violaciones al T-MEC, el presidente  López Obrador ha movilizado el apoyo popular con base en un discurso que pone énfasis en la soberanía.

Buena parte de la opinión pública mexicana ya se ha expresado por la vía de las encuestas. De acuerdo con el sondeo nacional del diario El Financiero, realizado en el mes de julio y publicado el pasado 7 de agosto, 49 por ciento de las personas entrevistadas manifestaron que el gobierno debe defender la soberanía energética del país, aún si ello genera sanciones comerciales en el marco del tratado. En contraste, el 39 por ciento expresó su preferencia para que el gobierno se apegue al tratado y atraiga inversiones al país.  La mayoría se orienta, según se ve,  por sentimientos patrióticos.

Llegados a este punto podemos regresar al hilo conductor de este escrito, ¿Cómo superar los elementos de conflicto que subyacen en la relación México Estados Unidos después de 200 años de haber inaugurado sus relaciones diplomáticas?

La respuesta lleva a proponer la creación de instituciones que, ante todo, alienten el diálogo amplio entre las sociedades de México y Estado Unidos. No se trata solamente de los encuentros de funcionarios que identifican prioridades y se comprometen a trabajar sobre ellas. Se trata de grupos de expertos interdisciplinarios, pertenecientes al mundo político, empresarial, académico, de comunidades locales, etc.

Las mejores expresiones de lo que puede lograrse es el Estudio Binacional sobre Migración o el Diagnóstico Conjunto sobre Narcotráfico y las Formas de Combatirlo. Ambos producidos a finales de los años noventas  bajo el espíritu de cooperación que había acompañado al TLCAN.

Asimismo, conviene tener en mente a los grupos de trabajo binacionales sobre asuntos transfronterizos que con tanto rigor vienen trabajando calladamente desde hace años  y constituyen un valioso capital humano para resolver problemas de recursos compartidos en la frontera. La existencia de esos grupos es la aportación más positiva de doscientos años de convivencia.


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