Incertidumbres y temores en la relación con Estados Unidos

Por Olga Pellicer

Este análisis se publicó en la revista Este País

Llegamos al fin de las campañas electorales con sentimientos encontrados. De una parte, han sido momentos en que proliferan estudios y comentarios que buscan evaluar lo ocurrido en el sexenio, avances o retrocesos que entusiasman, desencantan o producen abiertamente temor.  De otra parte, son momentos que obligan a tomar conciencia de problemas que no se habían percibido con claridad y que llevan a ver con pesimismo lo poco preparados que estamos para enfrentar los desafíos que se avecinan.

Uno de los motivos para ese pesimismo tiene que ver con los problemas que proceden del exterior, en particular de Estados Unidos. Por ello, se esperaba con ansiedad el tercer y último debate presidencial en que se hablaría, al fin, de política exterior.

Lo ocurrido en ese debate no podía haber sido más desalentador. Hubo una colección de descalificaciones, se presentó poca información, faltaron miradas estratégicas y, en general, se advirtió el desinterés en uno de los aspectos fundamentales para la vida del país como lo es                 conocer nuestro lugar en el mundo, la manera en que nos afecta y lo que se puede hacer para navegar en la buena dirección. 

El legado del gobierno de López Obrador en materia de política exterior es muy pobre y falto de orientación. La presencia en los últimos meses en la secretaria de Relaciones Exteriores de Alicia Bárcena, una figura muy prestigiada en lides internacionales no fue suficiente para cambiar el rumbo. Cierto que permitió un diálogo más digno y profesional para tratar con funcionarios de otros países. Sin embargo, no contrarrestó la improvisación, la ligereza para decidir nombramientos o para tomar acciones precipitadas que se anunciaban desde la mañanera en Palacio Nacional.  

El cuadro anterior es muy inquietante cuando se toman en cuenta los difíciles embates provenientes de los Estados Unidos, en particular si el ganador de las elecciones de diciembre es Donald Trump.

Dejo de lado los problemas de índole económica y comercial que son muchos:   la insistencia en favorecer ante todo lo “hecho en Estados Unidos”, los paneles de controversias no resueltos sobre la interpretación de las estipulaciones del T-MEC que, según Estados Unidos y Canadá México está violando en materia de energía y maíz transgénico. Tales problemas merecen un ensayo aparte. Aquí me concentraré en dos problemas que presentan diversas aristas para abordarlos: migración y seguridad.

Migración es uno de los fenómenos más difíciles por diversos motivos: en primer lugar, el peso que tiene en el imaginario de la población estadunidense la idea, cuidadosamente cultivada por los republicanos, según la cual los migrantes representan un peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos. En segundo lugar, por el hecho que no es sólo una narrativa electoral, como lo fue en el 2016; ahora el Congreso ha considerado aprobar recursos multimillonarios que serán utilizados para literalmente “blindar” la frontera sur de los Estados Unidos de manera a sólo permitir la entrada de un número limitado de migrantes económicos o solicitantes de asilo. En tercer lugar, porque en contracorriente de tales medidas, el crecimiento acelerado de los movimientos migratorios es uno de los fenómenos más sobresalientes del tercer decenio del siglo XXI.

Introduzco aquí un dato importante referente al caso mexicano. A mediados de la segunda década del presente siglo, hubo una tendencia a la baja de la migración a Estados Unidos resultado del equilibrio que se dio entre aquellos que deseaban retornar a México y aquellos que deseaban irse. Tal tendencia se ha modificado a partir de 2020 cuando se advierte un aumento muy grande en el número de mexicanos que desean irse a Estados Unidos, empujados ahora por la acción del crimen organizado en sus lugares de origen. (Tonatiuh Guillén López, “Comprender la nueva migración mexicana”, Proceso, mayo 2024).

Si tomamos en cuenta la crisis humanitaria que está presente en las fronteras norte y sur de México,  el graden que ésta se ha extendido  a lo largo del país, resintiéndose actualmente en  zonas urbanas, como la Ciudad de México en la que cada vez son más notorios los migrantes haitianos, venezolanos o cubanos acampando en parques públicos, trabajando en labores de limpieza o venta de alimentos, buscando acomodo en las zonas mas deprimidas de los barrios populares, la migración se coloca dentro de las prioridades que requieren atención de quien quiera que llegue al poder el próximo  mes de octubre.  

Desafortunadamente, como se hizo patente en el debate al que nos hemos referido, no hay condiciones para ser optimistas sobre las capacidades existentes para enfrentar con proyectos integrales y bien articulados el fenómeno migratorio.  Se requiere empezar por algo tan elemental como saber cuál es el lugar del Instituto Nacional de Migración dentro de la administración pública. Por lo pronto, es incompresible e imperdonable que no se haya despedido a su actual director, responsable de la muerte de 30 migrantes encerrados en un “albergue” de Ciudad Juárez.

Existen en el país cuadros académicos de muy alto nivel conocedores de los problemas de migración. Se encuentran en instituciones tan conocidas como El Colegio de México, el Instituto Mora o el CIDE. ¿Se ha dialogado con ellos en los Diálogos para la Transformación que prepara el plan de gobierno para Claudia Sheinbaum en caso de que resulte vencedora?

También de muy alto profesionalismo son los investigadores que trabajan el tema de migración en los centros de pensamiento y universidades en Estados Unidos. Sería deseable crear grupos de trabajo independientes binacionales que, con el ánimo de producir investigación aplicada, pudiesen presentar propuestas viables a los gobiernos de ambos países para manejar la migración.

Ello necesita de una voluntad política de cuya existencia no estaremos seguros hasta conocer los resultados de las elecciones. El acercamiento a los intelectuales y el fin de una polarización que ha sido muy perjudicial para la producción y avance del conocimiento requiere de un cambio de timón del que no podemos estar seguros hasta entonces.

En otro orden de cosas, el tema de la seguridad, problema de indudable prioridad en las relaciones México-Estados Unidos, se encuentra atrapado entre una retórica muy envenenada por parte del partido republicano y una posición ambivalente por parte del gobierno mexicano.

Para los republicanos el mayor problema de seguridad en Estados Unidos es el número de jóvenes que mueren como resultado de sobredosis de fentanilo. que es llevado a los Estados Unidos por cárteles mexicanos.

Desde el punto de vista del gobierno mexicano, el problema más serio en la relación con Estados Unidos es el alto número de armas que son traficadas desde Estados Unidos para llegar a fortalecer la capacidad destructiva del crimen organizado en México.

Segú declaraciones de agencias de seguridad en los Estados Unidos, la cooperación con México en el combate a quienes producen y trafican fentanilo deja mucho que desear. Se han llevado a cabo algunas acciones conjuntas que han permitido frenar los componentes químicos procedentes de China. Tales acciones no han sido suficientes para crear confianza en la voluntad de trabajar conjuntamente para combatir el fentanilo. Así lo indican las declaraciones en el Congreso de los encargados del tema en la DEA o el FBI.

En México las reflexiones sobre este tema se dan en el contexto de un ambiente muy polarizado en torno al problema de la seguridad en el que tienen posiciones muy opuestas, por una parte, las voces oficiales que a lo largo de la campaña electoral se han unido en torno al movimiento Seguimos Haciendo Historia; por otra parte, las voces de la oposición integradas en torno al movimiento Fuerza y Corazón por México.

De acuerdo con las voces oficiales, el tema general de la seguridad en México ha tenido una evolución positiva que se confirma a través de los datos obtenidos, sobre todo en la Ciudad de México basados en informes de instituciones respetadas como el INEGI. La candidata Claudia Sheinbaum defiende con entusiasmo ese punto de vista.

Desde la perspectiva de los grupos de la oposición, agrupados en torno a Xóchitl Gálvez, la violencia, en particular la ejercida por la delincuencia organizada que afecta a los agricultores y pequeños propietarios que deben pagar el llamado “derecho de piso” a la delincuencia para que puedan llevar a cabo sus labores es el tema de mayor urgencia en el país.

El aumento de la violencia expresado en el número de homicidios, las fosas clandestinas, las desapariciones forzadas, el secuestro, la extorsión, etc. hacen de los últimos seis años uno de los más dolorosos en la historia del país.

No es ocioso señalar que esta polémica se ve acompañado de la aparición de numerosas publicaciones tanto independientes como de agencias de Estados Unidos que proporcionan datos y denuncias diversos que, en su momento, podrán conducir a una evaluación más justa y verídica de los problemas de seguridad en México, sus orígenes y consecuencias para la relación con Estados Unidos.  

Es difícil predecir, a pocos días de las elecciones, lo que ocurrirá en la vida del país durante este 2024 y los inicios del próximo año. Sobre lo único que hay certeza es que hay tareas pendientes en la relación con Estados Unidos que deberá atender con urgencia quien llegue a la presidencia. Migración y seguridad se encuentran entre ellas.


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